Cuando pensamos en una astrónoma de Artemis II, su imagen nos lleva al espacio, pero pocas veces imaginamos la valentía que le brotaba antes, en lugares remotos como Alaska y Samoa. Christina Hammock Koch no solo ha roto récords en el cosmos, también lo ha hecho en tierra firme, abrazando el frío polar y el calor tropical como si fueran fases de una misma misión: comprender nuestro planeta para protegerlo.
Su rol en la NOAA
Christina llegó a NOAA como Field Engineer en el Baseline Observatory de Utqiaġvik (antes Barrow), Alaska, donde permaneció por un año. Desde allí vigilaba con instrumentos especializados variables cruciales: agujeros de ozono, aerosoles y gases de efecto invernadero en un ambiente donde el verde de la tundra se funde con el azul profundo del Ártico.
Luego asumió el cargo de Jefa de Estación del Observatorio de Samoa Americana, un lugar aislado en el Pacífico, donde también permaneció por un año más. Allí coordinaba el lanzamiento semanal de globos sonda, el muestreo de aerosoles y el monitoreo con espectrómetros Dobson y nefelómetros, garantizando que cada partícula y cada cambio en el ozono fuera documentado con precisión .
Proyectos que marcaron su legado.
- Monitoring Arctic Baseline Observatory (Alaska). En Utqiaġvik, instaló sensores para medir gases, aerosoles y ozono en un entorno donde el frío perfora hasta el alma. Sus datos son un punto de referencia vital para monitorear el calentamiento global y sus efectos en el Ártico.
- Proyecto Ozone Balloon Launches (Samoa). Cada semana se elevaba un globo sonda que atravesaba la troposfera para medir las capas de ozono. Christina lideró el equipo que preparaba, lanzaba y analizaba los datos: una vitrina en tiempo real de cómo la atmósfera protegía la vida en la isla.
- Aerosol & Carbon Cycle Flask Sampling (Samoa). Con nefelómetros y frascos de muestreo, capturó partículas y dióxido de carbono traídos por corrientes marinas. Cada valija de vidrio volvía al laboratorio, llevando consigo historias microscópicas sobre el balance de carbono y la salud del Pacífico.
El arco emocional de su travesía
Imaginemos a Christina al filo del hielo ártico, recubierta por una chaqueta gruesa, levantándose al amanecer eterno para encender un sensor; su respiración visible entre el viento cortante. Siente el asombro inmediato, pero también la fragilidad del entorno que intenta cuidar.
Luego, bajo el sol abrazador de Samoa, con palmeras al fondo, su equipo lanza un globo. El contraste es brutal: del gris invernal al verde tropical, del silencio del hielo al murmullo del océano. Su corazón late al compás del globo que se pierde en el cielo, llevando mediciones que importan más allá de la distancia.
La emoción atraviesa cada escena: la determinación en su mirada ante el instrumental, la felicidad al ver salir el globo, la melancolía al empacar y decir adiós tras un año de trabajo intensivo. Susan, una colega, comenta: “Christina tiene una capacidad única de convertir lo técnico en humano”. Esa humanidad fue su mejor herramienta.
De la Tierra a la Luna
Esos dos años en NOAA fueron su entrenamiento más valioso para enfrentar la inmensidad de Artemis II. Cuando llegue el momento de orbitar la Luna en 2026, parte del éxito será fruto del trabajo que hizo con globos, sensores y frío extremo.
Christina pasa ahora de medir ozono y aerosoles a orbitar sin gravedad. Su historia nos dice que, para explorar el cosmos, primero hay que aprender a escuchar el susurro del planeta desde los rincones más remotos.
Créditos : WOF