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Cuando se trata de entrenarse para caminar sobre la Luna, no basta con saber flotar en gravedad cero ni memorizar protocolos de emergencia. Hay que ensuciarse las botas. Hay que mirar las piedras como si fueran palabras antiguas talladas por el tiempo. Y eso lo sabe bien Christina Koch, astronauta de la misión Artemis II, quien viajó a uno de los rincones más salvajes de Islandia para prepararse, literalmente, con los pies en la Tierra.

En una foto compartida en su cuenta de Instagram @astro_christina, vemos un paisaje casi irreal: un suelo oscuro y seco, agrietado por antiguos flujos de lava, bajo un cielo azul que no se decide entre la calma y la tormenta. Allí, en pleno desfiladero de Drekagil, Christina y su equipo recrean lo que será —si todo va bien— uno de los mayores hitos científicos del siglo: el retorno humano a la superficie lunar.

Pero esto no es turismo extremo. Esto es ciencia con mochila al hombro.

 

La Luna empieza en la Tierra

La NASA no improvisa. Por eso, el programa Artemis ha decidido revivir una antigua tradición del programa Apolo: enviar astronautas a entrenarse en zonas de la Tierra que se parecen a la Luna. ¿Y qué mejor lugar que las tierras volcánicas de Islandia, donde el subsuelo habla el mismo idioma que la superficie lunar?

Allí, Christina no estuvo sola. Geólogos, ingenieros de superficie, entrenadores, fotógrafos y expertos en terreno se unieron para una expedición que fue mitad laboratorio, mitad campamento de resistencia. Juntos exploraron campos de lava, formaciones volcánicas, y simularon caminatas lunares científicas que podrían algún día descubrir los secretos geológicos de nuestro satélite natural.

 

Una misión con alma

Lo emocionante de este entrenamiento no es solo el rigor físico o la precisión científica, sino la conexión humana. Christina lo describe como “un increíble equipo de gente dedicada a aprender de los mayores secretos del sistema solar”. Y se nota: cada roca que levantan, cada nota que toman, cada paso que dan con botas pesadas sobre un terreno traicionero, lo hacen con la convicción de que lo que aprendan allá arriba servirá para mejorar la vida aquí abajo.

Porque Artemis no es solo una misión a la Luna. Es una apuesta por el conocimiento compartido, por la cooperación internacional, por el valor de mirar al cielo sin olvidar la Tierra que nos sostiene.

 

Volver al origen, con ojos nuevos

Dormir en tiendas al borde de un volcán que estalló bajo un glaciar. Caminar por senderos donde el suelo cruje como si hablara. Despertar con el viento golpeando la lona, recordándote que estás lejos de todo, pero más cerca que nunca de lo que viniste a buscar.

Ese es el tipo de entrenamiento que forma astronautas de verdad. Y Christina Koch, con su mirada serena y su determinación a prueba de gravedad, nos recuerda que explorar la Luna comienza con explorar quiénes somos y cuánto podemos aprender del universo que ya habitamos.

 

 

 

 

Wilma Ortega

Soy Wilma Ortega, empresaria y apasionada por la innovación tecnológica y los descubrimientos científicos.

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